En un Hotel de carretera. Charlotte, Carolina del Norte, EEUU.
Llegados a este punto, toca explicar un poco que Charlotte es la típica ciudad muerta americana. Es decir, un centro urbano básicamente financiero y en este caso, repleto de bancos. Algún barrio alrededor, muchos hoteles a las afueras para la gente que viene a trabajar aquí y un macro-aeropuerto copado por US Airways y Delta, dos aerolíneas, que lo utilizan para escalas tanto de vuelos en EEUU, como para los provenientes del resto del mundo como es mi caso. Por tanto, tampoco una ciudad con muchas posibilidades turísticas... Me esperaban unos fabulosos días en la habitación del hotel. Llego por tanto al hotel y la primera impresión, que es importante, es la de los típicos hoteles que salen en las películas de antena 3 los fines de semana, a medio día, después del tiempo. Creo que es la descripción más adecuada que he encontrado, porque en España no encuentro muchas similitudes. Mis compañeros de hotel son casi todos de piel oscura, salvo unos cuantos turistas de piel blanca, en la misma situación que yo. Mi habitación, bastante bien salvo por la situación, en pleno parking y al mismo nivel. Me recordaba a las películas mencionadas anteriormente, pero en este caso de terror. Me veía como poco protegida, pero bueno. Obviando esto, tenía casi de todo y una súper cama de matrimonio para mí solita. Llegué en torno a las 7pm entre unas cosas y otras. Me di una vuelta por el sitio que me iba a alojar durante no se sabe cuánto tiempo. Piscina, zona común delante del mostrador de recepción con varios sillones y pegada a ésta, un comedor un tanto rústico donde sirven el American full breakfast (completo desayuno americano) incluido en el precio de la habitación. A saber... Veo que ni restaurante ni nada similar, sólo, cómo no, unas máquinas con chocolatinas. También puedo observar que la gente está cogiendo unos papelitos de Domino's pizza, así que sin más, y como lo nuestro es el comportamiento por imitación desde bebés, hago lo mismo. Me voy a la habitación y pido unos macarrones, una bebida y un pancito rico (parece que estaba muerta de hambre, pero básicamente el problema es que si no sobrepasaba una cantidad de dinero, no me lo traían a la habitación del hotel) con lo que cené ese día y comí el día siguiente. Ahora que me doy cuenta... ¡lo amorticé bastante!. Estaba muerta del día tan ajetreado, así que nada más cenar. ¡A dormir en mi gran cama!.
Suena el despertador a las 8,45 de la mañana. Ducha y a por el esperado desayuno americano. Como todo aquí, en grandes cantidades, y yo no voy a ser menos. Café, zumo, cereales con yogur, fruta y, lo mejor de todo... Gofre con caramelo que te haces tú. Veo cómo lo hace un hombre que tenía delante. Hay una jarra con masa preparada, se vierte en una máquina con la forma del gofre hecha, se cierra, y en dos o tres minutos te avisa de que ya está listo. Estos americanos... ¡qué rico estaba! Me puse las botas, y me vino fenomenal, la verdad. Viendo las noticias, vi que el huracán aún estaba por Nueva York, así que, poco iba a solucionar llamando a la aerolínea, puesto que los aeropuertos de la costa este estaban aún cerrados. Renuevo la habitación del hotel otra noche más y a la búsqueda y captura de wi-fi, cosa que no me fue nada fácil. En el aeropuerto, gracias a Dios y a la conexión wi-fi gratuita, pude ir informando a mi familia de mis “avances”, pero hubo un momento que dejaron de saber de mí. Ya me estaba imaginando yo la noche que habría pasado mi madre sabiendo que su hija tenía dos posibilidades, o dormir en el aeropuerto o en un hotel de no sé sabe qué tipo. A pesar de ser gratuita para clientes, la conexión dejaba bastante que desear, y mi ordenador no la cogía ni a la de tres, así que ni corta ni perezosa, y con mi nivel de “frikez” más elevado, desconecté el cable de red de uno de los ordenadores de la “sala” de ordenadores del hotel y lo enchufé al mío (previo cambio manual de la dirección IP y puertos varios). Pude hablar por skype, tranquilizar y contar mis aventuras a mis padres y algún que otro tío ávido de información de su sobrina “lost in the USA”.
Por lo demás, y mientras la tormenta tropical (porque ya dejó de ser huracán) se alejaba rumbo a Canadá, yo me fui a la piscina del hotel a darme un baño y a leer LA revista que me encontré en recepción. Al principio pensé que tuve suerte de haberla cogido yo, luego me di cuenta que era tan mala (debía ser incluso peor que la que te dan con el periódico 20minutos un día a la semana) que nadie la cogía para leer. Por lo menos leí algo en inglés. Por la noche, y tras una película de las que me había traído de Madrid para ir viendo durante mi estancia aquí, me metí en la cama. No muy tarde, puesto que decidí madrugar bastante la mañana siguiente para poder volar en el primer vuelo a Boston que despegara de Charlotte.
7 am de la mañana y tras otro gran desayuno, mi segundo, americano, me monto en la furgonetilla que me lleva al aeropuerto, y con la mejor de mis sonrisas me despido del hotel, esperando no tener que renovar habitación por ninguna noche más. Nada más llegar al aeropuerto, pido que me cambien el vuelo. Efectivamente, a las 11,30 sale uno y en ese decido subirm sea como sea. Aún hay asientos libres, ¡BIEN! Esto ya va tomando forma, porque billete en mano, estoy a punto de llegar (a falta de escasas 4 horas) a mi destino final!!! Sinceramente, me dije a mi misma, que hasta que no me viera montada en ese avión, no me lo iba a creer después de todo lo que me había pasado. Pero llegué al avión, aterrizamos perfectamente y con un tiempazo de escándalo, recogí mi maleta sin problema y, tal y como había mirado en google maps, cogí autobús y metro hasta la que va a ser mi residencia en Boston. Es la mejor y más económica opción desde el aeropuerto. La Silver Line, es una línea de autobuses que en cierto momento del trayecto paran motores, sale el conductor y prepara el autobús para convertirlo en... ¡tren!. Impresionante, la verdad. Tienen un mecanismo instalado en la parte superior del mismo, que se levanta y se conecta a las vías por arriba (tipo tranvía) y de ir por carretera pasa a ir por los túneles del metro. Americanada total, vamos. Ésta Silver Line tiene parada en South Station, muy céntrica para luego hacer trasbordo con otras líneas de metro, que recorren la ciudad de punta a punta. En mi caso, tomo la Red Line. Las ciudades americanas, no tienen muy buena fama en términos de transporte público, pero en Boston, a pesar de no existir muchas líneas (en comparación con Madrid o Londres) éstas, son más que suficientes para llegar a los sitios más importantes y a los barrios más concurridos. El mío, Dorchester es uno de los más extensos, pero de esto ya iré hablando más adelante. Todo llega a su fin y en mi caso ha sido un final feliz. Con más o menos disgustos, pero ya puedo decir que estoy en Boston sana y salva disfrutando de mi beca. Así son las cosas y así se las hemos contado. ¡Hasta la próxima! (y ya no se titulará “De viaje... capítulo...)”
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